Una fotografía del año 1905

La fotografía muestra como estampa principal a dos personas montadas a caballo, con escopetas de caza, en el pueblo de Santianes de Molenes, cabecera de la parroquia y, durante el breve tiempo de su existencia en el s. XIX, capital del concejo de Salcedo. La parroquia de Santianes, con sus aldeas de Llamas, Momalo, San Miguel, Teixeo, La Veiga y Villaldín tenía en aquel tiempo casi mil habitantes. Una de las personas es el médico del pueblo, Alfonso Pérez, lo sabemos porque la fotografía nos ha llegado por sus descendientes, y la otra es el cura propio de Santianes, del que desconocemos el nombre. El doctor Alfonso usa el mostacho tupido con las puntas hacia arriba típico de la época y está ataviado con sombrero, chaleco y botas. El cura lleva indumentaria eclesiástica con sombrero y lo que parece un traje talar. La foto esconde la razón principal por la que Alfonso escogió Santianes de primer destino médico: era un gran aficionado a la caza y anhelaba cazar osos; sin embargo, muy probablemente nos encontramos ante una escena de caza de la perdiz, ya que el perro blanco echado a su vera es un setter (o cruce de setter), un perro de pluma utilizado para la caza menor y esta ave era muy abundante y afamada en Salcedo debido a la gran extensión de tierras de escanda, el trigo que se cultivaba en las caserías de la zona. Las escopetas parecen de cañón único, de calibre 12, de las que se hacían por encargo y se fabricaban en el País Vasco; la misma arma podía ser utilizada para caza menor cargando perdigones o postas y para caza mayor con postas o balas. Parece improbable considerar que médico y cura se ataviaran y ensillaran los caballos únicamente para la fotografía, por lo que podemos suponer que salían de caza en ese momento o acudían juntos a alguna visita médica a los pueblos de los alrededores e iban preparados para una jornada de caza a la vuelta (menos probable resulta que estuvieran ya de regreso ya que no se aprecia ninguna pieza que, a buen seguro, hubieran exhibido como trofeo). Hay dos cuestiones que resultan curiosas a una mirada moderna, en estas observaciones efectuadas un siglo después: que el cura practicara una afición tan alejada de su oficio de guía espiritual y, más inexplicable aún, la presencia de un fotógrafo en Santianes de Molenes a principios del s. XX, una zona montañosa que dista 20 kilómetros de la villa de Grao, a la que sólo se podía acceder por incómodos caminos a pie, a caballo o en carromato con un recorrido de no menos de cinco horas. El camino discurría desde Grado por La Mata, Villanueva, Agüera (este trayecto se mantiene en la carretera actual) y luego subía por Las Coruxas hasta Santianes para continuar hacia Villamarín, Las Villas y acabar en Tolinas. Las obras para un primer tramo de carretera entre Grado y El Caliente, de cinco kilómetros, había empezado en 1904.

El médico Alfonso Pérez González, natural de Valderas (León) había tomado posesión de su plaza en Santianes de Molenes en 1901, a donde llegó con su mujer Clarencia Fernández Bustos, que era de Valoria La Buena (Valladolid). En el pueblo nacieron sus hijos Manolina, Marina y Alfonso (1907). Manolina murió accidentalmente por la coz de un caballo cuando tenía seis años; este hecho desgraciado y el aislamiento del pueblo, que Clarencia no llevaba nada bien, llevaron a Alfonso a cambiar de destino en 1908 o 1909, trasladándose al concejo de Quirós, más cercano a Oviedo, donde siguió ejerciendo de médico y practicando la caza hasta su muerte en 1944, de un infarto de miocardio.

El oso pardo ya tenía muy mermada su población en Asturias en la época de la foto, con una estimación de algo más de 100 ejemplares a finales del s. XIX. La Junta General del Principado había fomentado su caza masiva entre 1745 y 1843, pagando por cada pieza abatida tanto adulta como cría (caza pecuniaria) y, aunque luego siguieron siendo objeto de caza deportiva hasta 1967, en que se prohibió definitivamente, esta última actividad no condujo a su extinción. La caza del oso era una actividad muy peligrosa y solía realizarse en grupo para poder defenderse mejor al tratarse de un animal muy corpulento que podía volverse contra los cazadores, dotado de buena vista y olfato, poderosas garras, muy veloz y capaz de subir a los árboles con facilidad.

La foto es mucho más que el retrato de una pareja de cazadores en torno al año 1905 en un pueblo de montaña, a su alrededor quedan recogidas otras escenas secundarias, sin interés para el operador, pero que nos resultan igualmente atractivas al sorprender pequeños detalles de la vida cotidiana y que solo se perciben en un estudio minucioso y detenido. Detrás del médico y el cura se encuentra una panera sostenida por diez pegollos de piedra con las esquinas biseladas, con corredor exterior de balaustres torneados, aunque le faltan muchos en uno de los laterales; esta panera se asienta sobre un muro perimetral de mampostería de piedra, lo que habilita una gran espacio inferior semicerrado, que se suele emplear en los pueblos de la zona para guardar aperos y utensilios de labranza. La panera se ha mantenido y restaurado, encontrándose hoy en día en un excelente estado de conservación. A la derecha, tras un muro de piedra, aparecen las cabezas de dos vecinos que observan la escena casi ocultos, ambos usan el mostacho típico y visten chaqueta y camisa blanca cerrada, que el más anciano complementa con boina. La casa, en su denominación más antigua que conocemos, Ca David y de su mujer Josefa el Ciego, tenía planta baja, un primer piso con corredor de madera tanto en la fachada principal como lateral y una gran buhardilla por encima del tejado; una casa campesina de tres pisos indica una buena situación económica de la familia, algo que también demuestra la presencia de un corredor de madera en la fachada lateral. El piso inferior, en aquella época, solía ser el establo y las estancias habitables de la vivienda eran espacios muy reducidos. En el largo corredor lateral se asoman tres mujeres y una niña ataviadas con el típico pañuelo de tres puntas anudado bajo la barbilla, dos de ellos de color negro y otras dos de color blanco; en una de las mujeres se aprecia un dengue, prenda que cruza el pecho en forma de aspa y se ata a la espalda. En la baranda del corredor cuelgan mantas, dos pieles extendidas secando y lo que parecen otros dos fajos de pieles apilados junto a los pilares verticales de madera; en la casa había otro buen cazador pero que utilizaría, en contraposición al cura y al médico, cepos y lazos contra las especies consideradas dañinas para el labrador, especialmente el zorro. Bajo el techo del corredor discurre el tronco de una parra, podada y sin signos de floración, lo que nos permite datar la foto entre los meses de noviembre y febrero, época en que los osos hibernaban y que coincide con la temporada de caza menor, donde además de la perdiz abundaban la arcea y la codorniz. Entre médico y cura se ve, tras la panera, una puerta en cuyo dintel de piedra están grabadas unas letras que (leídas hoy en día) dicen "CAPILLA DEDICADA AL PATNº DE SAN JOSE AÑO DE 1823", años que suponemos coincide con el de construcción de la casa. A la izquierda de la foto, casi inapreciable, se ha captado también una mano con un cayado, sin duda, otro vecino que el fotógrafo quiso mantener fuera del encuadre; este detalle nos revela que, probablemente, alrededor se habían congregado más personas del pueblo observando la toma de la fotografía. Desgraciadamente, al apartar o mantener en un foco lejano a todos estos aldeanos, el operador nos ha hurtado los detalles de la indumentaria popular de aquellos años en Salceo, años en los que en toda Asturias se había ido abandonando el traje tradicional por prendas más modernas. En la vestimenta masculina se había sustituido el calzón corto y la montera picona por el pantalón y la boina mientras que en la femenina aún se mantenían muchas de las características tradicionales como el pañuelo triangular que ocultaba el pelo y el dengue.

La fotografía no solo es un documento gráfico muy valioso cuando atesora tantos años, también es un relato de lo fugaz (el perro que se tumba ante la pausa de sus amos, el grueso tronco de roble, que en la zona llaman rolla, que será quemado ese invierno o con el que se hará algún elemento de carpintería) y una crónica vital que recoge en los rostros anónimos las actitudes reservadas propias de la vida dura y sacrificada de las aldeas de montaña. No muy lejos se levantaba la casa del Palacio de Santianes, donde residía la familia García de la Noceda, propietaria de las tierras de la parroquia, que los labradores trabajaban en régimen de arriendo y por las que pagaban tributo, a menudo en escanda.

Finalmente, unas consideraciones sobre el autor de la fotografía, arte que se había popularizado a finales del s. XIX con la proliferación de fotógrafos profesionales y aficionados. La foto que nos ocupa parece más obra de un profesional, que solía retratar a las clases medias y altas, bien en gabinetes fotográficos o de forma itinerante, en este caso llamados "minuteros", ya que recorrían los caminos en busca de clientes transportando su pesado material, lo que les permitía revelar la foto en unos minutos, de ahí el nombre. Un operador aficionado parece menos probable, aunque frecuentaban parajes rurales tendían al registro de escenas más espontáneas y, en esta foto, la puesta en escena está demasiado cuidada y solo se repara en las personas importantes desde un punto de vista social.

Agradecimientos a Henar Villar Pérez (bisnieta de Alfonso Pérez), que nos cedió la foto, a Pipo de Santianes y a Fernando Navascués (por sus consideraciones sobre la caza).

1.- A. Fernández de Miranda. Grado y su concejo. Imprenta Provincial. Reedición de 1982 (El libro original es de 1907).

2.- C. Nores. Estimación de la población del oso pardo en Asturias durante el s. XIX. Ministerio de Medio Ambiente, 2006.

3.- F. Santoveña Zapatero. Vestidos de Asturianos. 100 años de fotografía e indumentaria en Asturias. Trabajo de fin de máster. Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Oviedo, 2012.

4.- Lara López EL, Martínez Hernández MJ. Historia de la fotografía en España. Un enfoque desde lo global hasta lo local. Revista de antropología Experimental, 2003.